Quiero compartirles la odisea que ha sido para una familiar lejana y la mágica transformación tras ponerse brackets.
Ella siempre tuvo muchísimo complejo por su sonrisa; dientes torcidos que guardaban secretos de noches sin estrellas.
Por último, se decidió a dar el paso justo al cruzar los cincuenta y fue asombroso.
Al principio luchaba con cada hilo de metal, cada ajuste era un recordatorio de un mañana más trepidante. Dos años parecen eternos, pero en su rostro hoy resplandece otra mujer: segura, deslumbrante y absolutamente renovada.
En mi caso siento una urgencia inexplicable por verme diferente en el espejo cuanto antes mejor; temo tardar en tomar una decisión como ella y dejar pasar más tiempo del necesario.
Bueno, equipo, ya sabemos que eso de meterse en faenas bucodentales no es moco de pavo, pero vaya transformación más brutal la de tu familiar. Que conste, me flipa esa valentía a los cincuenta; nunca es tarde pa' renovarse y sacar pecho (y dientes).
Yo dije 'hasta aquí' con el temita del miedo al dentista y a las movidas estéticas. Decidí plantarme los brackets porque si no lo haces..
¿cuándo? La espera es un coñazo sí, pero cada día que pasaba sin tomar una decisión era un grano de arena en el reloj que perdía mi autoestima.
Mira, guapa, lo claro es que el tiempo va a pasar igual tengas metal en la boca o no. Y ese reflejo en el espejo tiene fecha de caducidad: Mejor invertir esos años creciendo por dentro mientras nuestros piños se ponen firmes por fuera.
En vista de ello dale caña al tema y convierte esos 'días sin estrellas' en pura luz con una sonrisa requetechula.