¡Salve, camaradas de condimentos y cuchillas en alto! En los reinos lejanos del horno y el fogón os traigo una saga que gravita alrededor del misterioso artefacto llamado contramuslo deshuesado. Proveniente del épico linaje de cazadores de sabores que soy, un mito fluye por las venas de la receta familiar: 'El Pollo Dorado Deshuesado', engendrado alguna vez por la hechicera culinaria más legendaria entre mis antecesoras, la tía Marisol.
En aquellos venerables momentos donde los árboles eran aún jóvenes y los ríos se ensayaban en su melodía acuática, tía Marisol cultivaba con agraciada delicadeza jardines esmeraldinos de aromáticas hierbas.
Su prestigio resonaba hasta tierras confusas cuando el contramuslo se envolvía como un regalo celestial en una armadura dorada crujiente –amalgama exquisita surgida tras desaparecer huesos como acto merliniano–, y todo orquestado sin mayores artificios tecnológicos que su varita mágica (un ajado pero encantador mortero).
Pero aquí me hallo yo, adepta moderna dotada de utensilios cuasi–cibernéticos ¿Y qué ocurre? Se suscitan las dudas profanas frente a este relicario antiguo que temo profanar con mi inexperiencia.
Por ello busco vuestra sapiente compañía para entrelazar nuestros caminos gastronómicos – hermanadas como hemos sido siempre por ese etéreo cordón umbilical sazonador– intentando replicar aquella obra maestra sin menoscabar su legendaria fama.
Entre vapores sagrados y botonaduras digitales..