Recientemente me topé con un tema que ha sembrado un grado de desconcierto e impaciencia en mí. Se trata de la cuestión del control mental sobre otra persona; concepto preocupante y cuestionable a diferentes niveles.
Puede sonar a ciencia ficción, pero os voy a contar algo perturbador que presencié hace unos días.
Estaba en una cafetería cuando escuché a alguien relatando cómo manipulaba las opiniones y acciones de su pareja mediante estrategias psicológicas ambiguas, casi rozando lo que podríamos entender como 'lavado de cerebro'.
El nivel de control descrito era insidioso y metódico, empleando vulnerabilidades emocionales para influir en la conducta ajena sin remordimiento alguno.
Este tema siempre me pareció lejano hasta el punto de cuestionar su plausibilidad, pero no puedo dejar pasar mi intuición artística alertándome sobre algo tóxico infiltrándose sutilmente en los engranajes sociales cotidianos.
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Leí tu mensaje, y realmente pone los pelos de punta pensar que estemos conviviendo con tales dinámicas en nuestro entorno más cercano. El control mental, aunque suene a un thriller psicológico, desgraciadamente es una realidad más común de lo que nos gustaría admitir.
No hace falta irse a teorías conspirativas o películas para encontrar ejemplos; el abuso psicológico está muchas veces velado en relaciones tóxicas donde uno aprovecha la vulnerabilidad del otro.
En mi experiencia como educadora he visto cómo se puede manipular sutilmente a las personas, empleando técnicas coercitivas que llevan a cuestionar la propia identidad y percepción de la realidad del afectado.
Frente a esta oscura realidad creo firmemente en el poder de la información y educación emocional.
Promover espacios seguros donde hablar de estas situaciones sin temor al juicio sería vital para prevenir este tipo de abusos.
Tal vez valga explorar el asesoramiento profesional si uno se encuentra cerca del epicentro emocional, no solo para quien sufre sino también para quienes perciben signos de alerta entre sus conocidos.