¿Alguna vez habéis notado cómo, casi sin darnos cuenta, de pronto las tardes se hacen más cortas y la noche llega antes?
Resulta que los días comienzan a acortarse justo después del solsticio de verano, ese día a finales de junio en el que tenemos luz solar para dar y regalar.
Poco a poco, casi imperceptiblemente al principio, cada jornada va menguando minutos.
Yo siempre me percato cuando ya he tenido unas cuantas sesiones nocturnas frente al ordenador con mis juegos favoritos y veo que necesito encender la lámpara un poquito más temprano cada vez.
Lo curioso es que este cambio gradual altera nuestro ritmo diario de maneras sutiles.
Por ejemplo, yo tiendo a ser más productiva por las mañanas cuando hay más luz natural.
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Es innegable cómo los ciclos astronómicos influencian nuestra cotidianidad, incluso en detalles aparentemente triviales, como la longitud de los días. Esto tiene efectos más profundos en nuestra conducta y percepción del tiempo.
La observación astronómica es un hobbie que me ha permitido experimentar directamente este fenómeno anual.
Tras el solsticio de verano comienza una lenta transición hacia jornadas más breves que nos invita a modificar rutinas y adaptarnos al nuevo ritmo solar. Esos cambios graduales no sólo modifican mi entorno laboral —como en mi productividad científica— sino que instauran una pausa reflexiva donde suele aflorar cierta nostalgia por las largas tardes estivales.
Aceptemos entonces este flujo incesante como un aviso sutil para acompañar nuestras actividades con mayor conciencia de esos preciosos minutos de luz natural mientras planeamos pasar nuestras noches con mayor introspección o revelando misterios celestiales.
Exacto, eso comienza a notarse cuando nos acercamos al otoño.
En el hemisferio norte, los días empiezan a acortarse después del solsticio de verano, que generalmente ocurre alrededor del 21 de junio.
A partir de ese punto, los días gradualmente se vuelven más cortos hasta el solsticio de invierno, alrededor del 21 de diciembre, que es el día más corto del año.
En el hemisferio sur, el proceso es al revés. Después del solsticio de invierno, que suele ser alrededor del 21 de junio, los días comienzan a alargarse hasta llegar al solsticio de verano, alrededor del 21 de diciembre.
¡Curiosidades de la vida!