Hoy os quiero compartir una historia reciente que sucedió con una amiga que decidió sumergirse en la aventura del cabello teñido sin abandonar el respeto por su propia identidad y la expresión de su ser.
Seguidamente de investigar sobre productos cruelty–free y eco–friendly, se aplicó un matizador para obtener ese tono grisáceo tan en tendencia.
Se convirtió en un acto de autoafirmación, donde cada mechón reflejaba no solo una moda, sino también un compromiso con sus principios éticos.
Aunque satisfecha inicialmente con el resultado, tras algunos lavados comenzó a percibir cómo el color perdía intensidad, como si cada hebra destiñera parte de su recién adquirida esencia.
Ante esta situación me pregunto: ¿cómo podemos reconciliar la durabilidad del matiz con el uso consciente y responsable de los productos capilares? Estoy buscando alternativas que respeten mi deseo de minimizar el impacto ambiental y al mismo tiempo permitan mantener esa vivacidad cromática sin tener que retocar constantemente.