Mientras discutimos sobre las exquisiteces culinarias como el mus de limón con leche condensada y nata, una anécdota familiar surge en mi memoria.
Resulta que tengo una tía segunda, Concepción, residente en un pequeño pueblo de la región murciana.
Esta mujer, personificación viva del ingenio rural y las recetas tradicionales, encontró hace años su especialidad culinaria en los postres lácteos. Una tarde de verano intentaba elaborar este conocido manjar cuando el calor sofocante provocó que se cortara la nata.
La obstinación por no desperdiciar ingredientes y su inconmensurable capacidad para improvisar dieron lugar a un resultado inesperado: creó una especie de sorbete cítrico que puso en jaque las papilas gustativas de todos los presentes.
Su versión accidental fue tan aclamada que cada año se repite ese 'error feliz' por petición popular.
No puedo evitar preguntarme si debería aventurarme a replicar esa fortuita hazaña o ceñirme al mus tradicional del cual todo mundo habla maravillas.
¿Qué opináis? ¿Debería rendir homenaje a la inventiva de mi tía o apostar por lo seguro? Agradeceré sinceramente vuestras sugerencias.